La disciplina positiva es una forma de educar a los niños basada en el respeto mutuo, el cariño y la comprensión, que favorece el desarrollo emocional de los menores, y refuerza los vínculos afectivos entre padres e hijos.
La disciplina positiva es mucho más que un estilo educativo, es una forma de vivir y de criar a los niños que se basa en el respeto mutuo entre padres e hijos, y que pone el acento en una crianza afectuosa con apego.
¿CÓMO DECIR NO A LOS NIÑOS SIN DECIRLO?
Cuando un adulto se ocupa de la educación de un niño pone en marcha una serie de prácticas que engloban actitudes, conductas y creencias, que tienen como finalidad enseñarle y encaminar su desarrollo; esto es lo que se conoce como estilo educativo, y la disciplina positiva es la tendencia educativa que se basa en el respeto y se apoya en la afectividad.
Principios en los que basa la disciplina positiva
La disciplina positiva se fundamenta en la comunicación, el amor, el entendimiento mutuo y la empatía. Requiere un clima familiar positivo y respetuoso, y a su vez favorece el disfrute de las relaciones familiares y refuerza los vínculos afectivos. Estos son los principios en los que se basa esta forma respetuosa de educar:
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Amabilidad y firmeza. Debe encontrarse el equilibrio y alejarse de la excesiva autoridad y de la excesiva permisividad, por lo que es necesario ser firmes y amables al mismo tiempo.
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Respeto mutuo. Con la disciplina positiva se respetan las necesidades del niño, pero también las del adulto. Se trata de escuchar a los niños y comprender lo que sienten para ayudarles a gestionar esas emociones y mostrarles maneras de comportarse respetuosas. No se trata de buscar culpables, ni de hacerles sentir así, sino de enseñarles a aprender del error, desde la aceptación y comprensión del mismo.
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Conexión y vínculos afectivos. La disciplina positiva requiere conexión emocional, que favorece por un lado el desarrollo afectivo del niño, y por otro contribuye a reforzar los vínculos con sus padres.
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Implicación del niño. Se basa en la comunicación entre padres e hijos y en un modelo democrático para poner las reglas en casa de forma consensuada. Implicando a los niños logramos que hagan suyas las normas, que las entiendan, y aumentamos su compromiso con las mismas.
- Desarrollo emocional. El niño percibe que se comprenden y aceptan sus emociones y puede desarrollar su inteligencia emocional. Se pueden producir comportamientos inadecuados, pero se evita el castigo, y la labor del adulto consiste en comprender el porqué de dicho comportamiento, y reconducirlo con respeto y de forma afectuosa.
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Desarrollo de la autonomía. El niño aprende a ser resolutivo e independiente, es capaz de tomar sus propias decisiones. El adulto no controla la vida del niño, le guía y está a su lado, proporcionándole las herramientas que necesita para tomar sus decisiones sin sobreprotegerle.
Fuente: WebConsultas.
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