Antes de utilizar cualquier esmalte de uñas es fundamental la aplicación de una base que actúe como una capa protectora.
¿Cada cuánto cambias el esmalte de tus uñas? ¿Dos semanas? ¿Quizá tres? En cuanto vemos que se nos ha quitado la pintura o que la uña ha ido creciendo, dejando ver parte de nuestro dedo sin color, corremos a buscar un nuevo pintauñas o acudimos con expertos en manicura para que vuelvan a limárnoslas, nos quiten el esmalte y nos pongan otros.
Y aunque estas lucen de lo más limpias y bonitas, nunca nos preguntamos si nuestras uñas necesitan o no un descanso para que respiren y crezcan sin pigmentos por encima.
Se ha comprobado que si bien el esmalte no afecta a la oxigenación de las uñas, puede dañarlas de otras formas y esto tiene mucho que ver con los tipos de esmaltes que usamos: están por un lado los de corta duración, que se retiran fácilmente con un quitaesmaltes convencional. El segundo tipo son los semipermanentes de larga duración, que precisan de una lámpara LED para secarse y se tienen que retirar en un centro de belleza.
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¿Cuándo dejarlas respirar?
Para tener una cierta tranquilidad en relación a que la laca de uñas que estamos usando es segura, es necesario que cumpla con la regulación Europea de la Industria cosmética. Para ello es importante que nos fijemos en el etiquetado de la laca de uñas, que debe reflejar, entre otras cosas, el listado de los ingredientes, el número del lote del fabricante, fecha de duración mínima, etc.
Al descansar del esmalte, las uñas se fortalecen ya que debido a su aplicación sucesiva estas se vuelven propensas a resquebrajarse y deshidratarse. Esta situación se revertirá después de algún tiempo sin hacerse la manicura y es aconsejable utilizar una crema hidratante específica tanto para las cutículas como para la lámina ungueal.
La coloración amarillenta debida a la utilización de esmaltes oscuros que impregnan la uña también desaparecerá al cesar su utilización. Hay que tener en cuenta también que de la misma forma que el lavado repetido de las manos afecta a la piel, también lo hace a la uña. Inmersiones repetidas en agua producen una hidratación y deshidratación de la uña que a la larga favorecen el debilitamiento de la uña, la descamación a modo de capas en la zona distal (onicosquicia) y la rotura del borde libre de la uña.