Marisol salió del consultorio médico con una carga pesada en sus hombros.
Acababa de ser diagnosticada con cáncer de mama. Era marzo y el reloj punteaba las 12 del mediodía y ella no sabía qué hacer con todo el dolor que sentía en el alma. Lo primero que visualizó fue a su hijo de cinco años que la esperaba en casa para hacer las tareas del kínder.
El cáncer de mama afecta a mujeres y a hombres, siendo más común en las primeras. En los últimos años, las tasas de supervivencia han aumentado gracias a las investigaciones para mejorar los tratamientos y las campañas de detección temprana, sin embargo, la palabra cáncer generalmente es asociada a muerte, a discapacidad y a pérdida.
Este tipo de cáncer es la cuarta causa de muerte en el país y la principal causa de consulta en el servicio de Oncología Clínica del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, de acuerdo con los datos de la página web de la Organización Panamericana de la Salud El Salvador.
El océano de miedo en el que se hundió a Marisol con la noticia tenía sentido, y aunque no lo sabía, pasaba a formar parte de la estadística de esta enfermedad para el 2020. Los números en realidad a Marisol no le importaban. Lo que le preocupaba era cómo iba a darle la noticia a su esposo o el impacto que tendría su pequeño hijo a su corta edad.
No sabía lo que le esperaba: una cuarentena, y no por el cáncer, sino por una enfermedad que amenazaba también ahora su vida por ser paciente de riesgo: el COVID 19, su angustia era más grande.
Conforme pasaban los días y esperaba la siguiente consulta para definir el tratamiento, la cual venía atrasándose por la emergencia de la pandemia, Marisol empezó a experimentar los síntomas reactivos a la noticia, ansiedad y depresión. La desesperanza, el pesimismo y una sensación de fracaso empezaron a afectarla.
¿Podría seguir trabajando si le ganaba la batalla al cáncer? Se verían afectados sus ingresos económicos por su incapacidad, seguramente,
pero, ¿y si al volver de la incapacidad, la despedían? Eran inquietudes de Marisol que se acumulaban en su mente y lo que a su vez, aumentaban su depresión.
El diagnóstico de cáncer, o de cualquier enfermedad crónica, es un estresor externo para el cual, la persona diagnosticada debe poner en marcha todos los recursos psicológicos de afrontamiento. Si esto la desborda, puede ocurrir una depresión o ansiedad clínicas, lo
que, sumado a los tratamientos agresivos para enfrentar el cáncer, como la quimioterapia, radioterapia e intervenciones quirúrgicas,
afectan la autoestima, generan inseguridad pues afectan la apariencia física y deben ser asimilados para adaptarse a una nueva forma de
vida, generando un fuerte impacto psicológico.
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La depresión afecta del 15 al 25% de pacientes; y aproximadamente un 16% desarrollan un trastorno de depresión mayor, el cual requiere tratamiento con un especialista de la salud mental, y quienes no lo reciben, podrían tener inadecuada adherencia al tratamiento, una menor tasa de supervivencia y una mala calidad de vida, afirma El doctor Alfredo Valencia Reyes, psico-oncólogo costarricense.
Pero no solo la salud mental de la paciente se ve afectada. Los familiares cercanos, esposos, padres, hijos también pueden experimentar síntomas de depresión y ansiedad, pero, generalmente, los anulan porque se enfocan más en el paciente. Es decir, las emociones son afectadas en todo el círculo familiar de la persona con cáncer.
No sabemos qué ocurrirá con Marisol. La pandemia ha afectado su tratamiento, el cuál ha sido lento y hasta el momento doloroso.
Está a punto de la intervención quirúrgica donde su seno será extirpado, pero aún no ha sido referida al profesional de salud mental para recibir atención.
Fuente:
Licda. Elizabeth González
Psicóloga y coach
7928-2936
gonzalez.eli@gmail.com