1.El alcohol facilita el descanso
Esta idea está muy arraigada, pero no tiene base científica. Sí es cierto que cuando hemos ingerido alcohol experimentamos somnolencia, sin embargo, una vez hemos conciliado el sueño, su calidad empeora. La profundidad y el efecto reparador que se produce en el descanso normal se ven alterados porque la bebida reduce la fase REM. En este periodo se registra una relajación muscular total y se presentan los sueños, indispensables para reorganizar nuestro cerebro.
El alcohol también aumenta la probabilidad de que ronquemos y, por tanto, de que suframos apneas. Son algunas de las conclusiones de un estudio realizado por Christian Nicholas y sus colegas de la Universidad de Melbourne, en Australia, publicado en la revista Alcoholism: Clinical & Experimental Research.
Si bebemos –sin abusar–, lo más recomendable es tomar la última copa entre hora y media y dos horas antes de ir a la cama, para que la concentración de alcohol en sangre sea escasa y podamos caer en brazos de Morfeo.
2.Mientras duermo puedo aprender cosas
Con el sueño perdemos nuestra autoconciencia, pero eso no significa que el encéfalo permanezca inactivo. En realidad, está trabajando en tareas fundamentales para procurarnos bienestar. Por ejemplo, en el descanso se fijan los conocimientos que hemos adquirido durante la vigilia. Por eso se afirma que lo más adecuado antes de presentarse a un examen, además de estudiar, es dormir el número de horas adecuado.
Sin embargo, eso no significa que la mente pueda asimilar nuevos conocimientos mientras se está durmiendo, por ejemplo una lección de inglés reproducida con MP3. Este mito se popularizó en 1942 a raíz de los experimentos del psicólogo Lawrence LeShan encaminados a comprobar si era posible erradicar la costumbre de morderse las uñas a un grupo de alumnos. Dividió a los niños en dos habitaciones distintas. Al primer grupo les ponía por la noche un fonógrafo que repetía la frase "las uñas de mis dedos saben mal". El segundo dormía sin este aparato.
Transcurridas unas semanas, el 40% de los chavales del primer grupo habían dejado el hábito, mientras que en el otro nadie lo había superado, lo cual parecía confirmar que el mensaje había surtido efecto en el inconsciente de los niños. El problema de esta y otras pruebas similares residía en que nunca se comprobó si los voluntarios estaban dormidos o no mientras eran bombardeados con consignas. Para descartar este factor, en 1956 se llevó a cabo otro experimento en la Universidad de Illinois (EE. UU.) en el que se monitorizaban las ondas cerebrales de los participantes con un electroencefalograma y solo se daban las órdenes cuando los integrantes del estudio descansaban. Se reprodujeron listas de palabras, pero ninguno fue capaz de recordar ni una cuando despertó. Y es que mientras dormimos el cerebro ya está ocupado procesando lo que hemos aprendido durante el día como para añadir nueva información.
3.El fin de semana recupero el sueño perdido
Remolonear entre las sábanas el sábado y el domingo para compensar la dinámica de trasnochar y madrugar los días laborales puede tener sus ventajas, como reducir el riesgo de diabetes, tal y como sugiere una investigación realizada en la Universidad de Chicago. Sin embargo, no es una buena forma de equilibrar todo el sueño que hemos perdido, lo que puede acarrear numerosos problemas de salud.
Hacer maratones colchoneros el fin de semana tampoco es conveniente para el cerebro, según Josna Adusumilli, de la Universidad de Harvard. Esta investigadora sostiene también que dormir seis horas diarias durante doce días consecutivos produce unos efectos físicos y psicológicos similares a permanecer una noche entera sin dormir. Entre otras cosas, disminuye un 10% la precisión motora.
4.La siesta es una pérdida de tiempo
Echar una cabezada después de comer se vincula con frecuencia con ser un vago. Sin embargo, es perfecto para estar más alerta en el trabajo. Por eso, empresas como Google ya disponen de espacios donde sus empleados pueden disfrutar de un sueñecito a mitad de jornada. En función de lo que dure la siesta obtendremos unos beneficios u otros. Una de menos de cinco minutos nos ayudará a combatir la somnolencia, pero si optamos por descansar diez o veinte mejorará significativamente la concentración y la presión sanguínea.
La mejor hora para practicarla es entre las dos y las tres de la tarde, el momento del día en que solemos sufrir un bajón en la productividad. Tu salud lo notará. El investigador Dimitrios Trichopoulos, de la Universidad de Harvard, estudió durante seis años la vida de 20.000 personas de entre veinte y ochenta años para concluir que quienes dormían treinta minutos tras la comida al menos tres veces a la semana corrían un riesgo un 37 % menor de muerte por enfermedad cardiaca.