¿Quién dice que en una relación sexual no se puede amar plenamente? Parece que muchos jóvenes han olvidado este tipo de pensamientos que no solo llena sus necesidades sexuales sino además, su bienestar sentimental.
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Esta última es la idea que han desarrollado durante veinte años Diana y Michael Richardson con el nombre de slow sex. Se trata de vivir de otra forma la sexualidad que permite al hombre y a la mujer unirse, esperarse, pero que comporta también una serie de límites.
Estar presente en la experiencia del momento
El slow sex invita a tomarnos nuestro tiempo, a conectar con nuestro cuerpo y con el de la otra persona, a estar atentos a nuestras sensaciones corporales interiores, con el objetivo de amarnos mejor.Esta forma de sexualidad “parte del principio de que el deseo, la fantasía, la excitación con vistas a un orgasmo, son proyecciones en un futuro o en un pasado que no permiten estar presentes enteramente en la experiencia del momento”, explica Cécile de Williencourt, matrona autora del libro Trésors de femme (“Tesoros de mujer”, editorial Mame).
“La práctica del slow sex permite a cada miembro de la pareja conectar con su cuerpo, pero también estar atento a los deseos de cada uno para acceder juntos al placer. Se trata de ubicar nuestra atención en lo que vive el cuerpo, renunciando a lo mental que imagina, recuerda o espera”.
Lo mental que espera el orgasmo, por ejemplo, considerado a veces como el objetivo que alcanzar. Pero el amor con plena consciencia no tiene ningún objetivo más que el de estar plenamente presentes en la relación.
“La búsqueda del orgasmo a cualquier precio nos aleja de lo que vivimos en el instante”, precisa Cécile de Williencourt.
Presencia, lentitud, delicadeza… son palabras clave para aprender esta forma de sexualidad compartida, vivida en los dos, al mismo ritmo. Lo que cuenta es crear un vínculo, no lograr el éxtasis. De ahí la importancia de los preliminares, de las palabras, de las miradas… para convertir la experiencia en una auténtica intimidad conyugal.