“Mindfulness es prestar atención de manera deliberada y en el momento presente a lo externo, pero también a lo que pasa en nuestro interior, a los contenidos de nuestra mente, como son los pensamientos y las emociones, y a las sensaciones de nuestro cuerpo. Lo más importante de esta técnica es practicarla con una actitud de aceptación. Es decir, con total apertura a lo que se piensa y se siente, y sin juzgar nada de lo que experimentamos”, explica el psiquiatra Jorge Franco.
Este estado de conciencia, conocido como mindfulness, se cultiva mediante la práctica de la meditación.
Esta práctica puede ser formal o informal. La formal es la tradicional, la que siempre hemos conocido como meditación e implica quedarse quietos y destinar un tiempo y un espacio para concentrarse en la respiración.
La práctica informal es cuando se lleva la técnica de la meditación a la vida cotidiana, mientras nos bañamos, cocinamos, nos ejercitamos, interactuamos con otras personas o realizamos pausas para aquietar la mente durante el día, así estemos en movimiento.
Contrariamente a lo que muchos piensan, el mindfulness no es una técnica de relajación. Es más bien una herramienta que nos permite construir una relación más consciente con el momento presente, con lo que pasa dentro de nuestras mentes y con lo que sentimos a través de nuestros cuerpos físicos.
Está demostrado que la práctica del mindfulness produce cambios en el cerebro en varios niveles. Por ejemplo, previene recaídas y disminuye síntomas de depresión, de ansiedad y de dolor crónico. También produce cambios físicos y fisiológicos, a nivel genético, disminuyendo los efectos del estrés, como son los biomarcadores de tipo inflamatorio. Se ha visto también que disminuye la hiperactividad o la reactividad de ciertas áreas del cerebro, relacionadas con el miedo y la rabia.
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