La sexualidad ha sido objeto de estudio del ser humano desde siempre, varias disciplinas han decidido estudiarla desde sus perspectivas. La urología, resuelve la funcionalidad genital, logrando la apropiada excreción de orina, la integridad de los órganos genitales, y la devolución de la capacidad eréctil, cuando los factores médicos la alteran.
La ginecología, asume los problemas de fertilidad y los asociados a la concepción. Las ciencias de la conducta, sexología, estudia la sexualidad desde la funcionalidad erótica, relaciones entre pares, y elementos que determinan las maneras en que los humanos nos vinculamos.
El avance de los métodos diagnósticos clínicos, monitores de signos vitales como electroencefalogramas, tomografías computarizadas de cerebro y pélvicas, tomografías por emisión de positrones cerebrales, etcétera, nos permite describir mejor el fenómeno, desde su neurología y fisiología.
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Pero, al hablar de la «experiencia sexual», nos vemos obligados a teorizar «cuando y cómo se incita», «qué siente la persona», «cómo se marca la máxima expresión», y «cuando se manifiesta la saciedad».
En este ejercicio intelectual integramos todo, con observaciones clínicas e investigaciones, adicionalmente. Pero corremos el riesgo contaminarnos de prejuicios, y a veces, adoptar contextos morales inapropiados. Se ha cometido el error de «medicalizar [sic] el pecado», como cuando defendimos que la masturbación era precursora de otros males.
La percepción orgásmica es una experiencia erótica muy placentera, producto de la determinación de su búsqueda, y de nivel máximo de excitación sexual. Del orgasmo, creíamos que eran «inmaduros», los «no vaginales».
El orgasmo «maduro» se suponía era el mejor, sin cuestionamiento alguno. Jurábamos que había un «Punto G», pero nadie cito su origen; era casi una cuestión de fe. Condenamos a las mujeres que no lo lograban de ser «frígidas»; casi negándoles del género femenino o dudando su preferencia sexual.
Sostenemos que la experiencia orgásmica tiene dimensiones diferentes. Como el sentido del gusto, de lo insípido a lo intenso. Pero también pueden haber «sabores» de orgasmos. Las pacientes nos sugieren que esta el «mañanero», «reconciliación», «de estamos sin los niños», «aventurero» y «con el que mi corazón tocó el cielo». Hay parejas que logran tal compatibilidad que les convierte en amantes indispensables, y ojala sea con quien se queden para siempre.
Algunos suelen tener una vivencia de la experiencia orgásmica elemental. «hubo o no.» Con una pobre determinación de estímulos y generación de sensaciones. Generalmente, propia de las gentes con experiencia sexual inhibida, abusada, prejuiciada o ignorante. Es frecuente que «machistas» crean que lograr la erección, penetrar sin preámbulo, y terminar de inmediato, constituye la realización de la pareja.
La mujer goza del privilegio de múltiples oportunidades de lograrlo. Hay quienes cursan por uno estremecedor, que la deja complacida. Otras pueden tener uno sostenido, equivalente a varios que otra logre. Tener orgasmos «engancha biológicamente» a la mujer con su pareja; debido a la liberación de neurotransmisores y feromonas.
Nuevos conocimientos anatómico-fisiológicos del clítoris, nos alertan que quejas de ellas, sobre el lograr y sentir de su experiencia orgásmica, luego de cirugías, pueden ser verdaderas. Obligatorio es revisar las técnicas quirúrgicas, desde la episiotomía hasta la histerectomía.
El orgasmo se da en un punto clave del cerebro; lo sobrecogen de forma única. Podemos desinhibirnos, viviendo un «delirio erótico» donde desaparecen barreras de tiempo y espacio. Se altera la sensación de dolor y placer, que ocupan las mismas vías nerviosas. Alcanzamos niveles de relación y bienestar que alargan la vida, mejoran su calidad y previenen algunos tipos de enfermedades.
Fuente:
José Roberto Lizama
Médico psiquiatra y sexólogo,
Terapeuta & Educador Sexual.