Los niños que crecen bajo este control excesivo ven perjudicada su salud emocional. Y es que el control paterno, llevado al extremo, crea sumisión, dependencia y parálisis permanentes en ellos. Las consecuencias en su desarrollo son múltiples.
- Son poco resolutivos. El no poder jamás decidir, controlar la comida que toman o pensar qué ropa o actividades realizar, les acaba impidiendo aprender a crear estrategias para desenvolverse en la vida. Desconocen cómo afrontar de forma resolutiva los problemas que les van surgiendo en el día a día.
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- Les cuesta tomar desiciones, les provoca ansiedad. Cuando llega una dificultad o tienen que tomar una decisión, se bloquean, no osan lanzarse. Siempre necesitan a una persona a su lado que tome las decisiones por ellos.
- Se acostumbra a que los demás impongan su criterio. El niño, que confía ciegamente en que sus padres le quieren y le cuidan, asume estas premisas como ciertas y se convence de que todo el control de sus padres es por su bien. Eso les hace pensar que el amor es control y es fácil que en la edad adulta asuman que sus amigos o parejas tienen derecho a ejercer control sobre sus vidas.