Si haz llegado al punto de decir ¿no se en qué momento perdí el control de mi vida?, este artículo esta diseñado especialmente para ti, para que recuerdes que quien tiene el control eres solo tu.
Dice un proverbio que “los buenos marineros no se hacen en aguas tranquilas”. Aunque sea duro de aceptar, es necesario, que surjan dificultades en nuestra vida.
Pues las adversidades sirven para nuestro completo desarrollo como personas, aumentan nuestras capacidades, al aprender a sobreponernos a los momentos difíciles.
¿Quién no ha sufrido un desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido, o el fracaso de una actividad profesional o personal?
Todos estos fracasos nos sirven para medir nuestro coraje, aguante, constancia y para ayudarnos a gestionar nuestras propias frustraciones.
Acá te damos un par de consejos que puedes tomar en cuenta:
Analiza tus problemas
Para retomar el control cuando las cosas se están poniendo duras para nosotros es importante no sobredimensionar los problemas y darle solo la atención que merecen.
Existen situaciones cuya solución no está a nuestro alcance y que, por lo tanto, nos sobrepasan. En ese caso también debemos aprender a gestionar las frustración y recibir con resignación lo que no podemos cambiar.
Un ejemplo es el duelo por la pérdida de un ser querido. El proceso de volver a la normalidad depende de nosotros mismos, puesto no podemos hacer nada para que la persona vuelva.
Por ese motivo, si hay cosas que no tienen solución es mejor aceptarlas con resignación y soltar ese lastre emocional.
Asume tu responsabilidad
No podemos vivir culpando a los demás de nuestros propios fracasos. Por ello, debes asumir la responsabilidad de tus actos.
Comprender nuestra propia imperfección, errores, negligencias o despistes nos fuerza a dar lo mejor de nosotros en cada cosa que hagamos.
Pero no asumas la responsabilidad otros
Un detalle muy común por el que perdemos parte del control de nuestra vida es asumir responsabilidades que no nos corresponden. A veces, por miedo a decir “no”, cargamos con el peso de otros.
Es habitual que alguien nos pueda pedir un favor. Pero si vamos a perjudicarnos con ello, tal vez sea momento de afrontarlo y hablar con sinceridad.
No somos mejores personas por hacer siempre la voluntad de los otros.
Apóyate en tus seres queridos
Cuando tocamos fondo, nos cuesta más pedir ayuda. Dejar a un lado el orgullo y apoyarse en un amigo o familiar solo puede traer cosas positivas.
Ellos te aportarán una nueva perspectiva, un consejo que quizás no tenías en cuenta o tal vez te bastará con su compañía y comprensión.
No te aferres
Cada persona pone su atención en diferentes aspectos ya sea el deporte, la familia, la pareja, su riqueza o estatus social, etc.
Nada tiene de malo, pero hay que tener en cuenta que todas estas cosas cambian. Aferrarnos a ellas puede crearnos dolor cuando las perdemos.
Por ello procura que, cuando las cosas que amas cambien o desaparecen, te adaptes pronto a la nueva situación. Trata de ser un poco desprendido con esos apegos emocionales.
Por último, es recomendable no descartar la ayuda de un profesional si sientes que la situación te sobrepasa.