El deseo de aplicar materiales oleosos (aceites) a la piel se hace casi por instinto y probablemente sea una práctica tan antigua como la humanidad misma. Algunos mamíferos como los hipopótamos, que no tienen glándulas sudoríparas ni sebáceas –las que expulsan el sudor–, tienen que refrescarse constantemente en el agua o en el lodo para sobrevivir y mantener su piel libre de grietas o fisuras.
Los seres humanos, por carecer de vello corporal grueso, a diferencia de otros mamíferos, somos más vulnerables a que nuestra piel padezca de resequedad y otras agresiones del medio ambiente ocasionadas por la luz solar y la radiación ultravioleta.
La importancia de estar humectados
En dermatología, los productos más prescritos son los humectantes. El tratamiento con humectantes va dirigido a mantener la integridad de la piel y del bienestar en general, brindando una apariencia sana al paciente.
El estrato córneo, que es la última de las capas de la piel, es la que se encuentra en contacto con el ambiente y su función principal es de servir de barrera.
Por encima de ella, se encuentra una capa virtual conocida como “manto oleoso”, que no es más que una mezcla natural producto de la secreción de glándulas sebáceas y sudoríparas.
Este manto oleoso, conocido también como factor de humectación natural, mantiene la piel en óptimas condiciones de hidratación, reduciendo la pérdida de agua (PTEA).
Cuando el factor de humectación natural está reducido o ausente, aumenta la PTEA y la piel se deshidrata; esto puede ser causado por el uso de jabones muy fuertes, el medio ambiente reseco o incluso condiciones genéticas como la ictiosis o dermatitis atópica.