Rodrigo Stefan Zepeda nació el 12 de marzo de 2012, es el último de tres hermanos. Su madre Rebeca Eugenia Zepeda lo define como un niño inquieto, valiente y lleno de energía.
Disfruta mucho jugar y compartir con sus hermanas mayores. Un día en la noche mientras jugaban a "las cosquillas", el pequeño comenzó a llorar del dolor y se quejaba de malestar en todo el cuerpo.
El 21 de febrero su madre lo levó a la unidad de salud cercana y de inmediato fue referido al Hospital de Niños Benjamín Bloom con signos de dengue. Cuatro días después fue diagnosticado con Lecucemia Linfoblastica Agua (LLA).
La LLA es el tipo de cáncer más frecuente en la edad pediátrica. Consiste en el aumento anormal de los linfoblastos, estos no evolucionan a linfocitos maduros por lo que son incompetentes a la hora de defender de infecciones y su número exagerado se desplaza a las células normales de la médula ósea ocasionando bajada de los glóbulos rojos, las plaquetas y los glóbulos blancos normales lo que se traduce en anemia, posibles sangrados e infecciones.
Su madre recuerda que un día antes de recibir el duro diagnostico entre llorando y orando "Dios le mandó paz en la tormenta", le aseguró que no estaba sola y todo lo que estaba pasando era su voluntad. Llena de fe, recibió un duro golpe, su hijo de seis años tenía cáncer.
"No le miento al principio, los primeros tres días fue un reproche total a la vida, hacia Dios, yo le pregunté orando y llorando porque a él y no a mí", reveló su madre.
La impresión fue muy grande, pero Rebeca debía explicarle a su hijo la enfermedad y el proceso que juntos iban a iniciar para luchar contra el cáncer.
"No tenía ni idea de cómo explicarle a un niño de seis años lo que tenía. Se me ocurrió una idea: supongamos que tu sangre está sucia y lo que te van a poner es una quimioterapia, digamos que la quimio es como un trapiador, una escoba y una pala que van hacer la limpieza de tu cuerpo", le dijo.
Desde entonces esa fue la respuesta que el pequeño dio a todos los que le preguntaban sobre su enfermedad. Rodri es uno de los cientos de niños beneficiados por la Fundación Ayúdame a Vivir, una organización que desde hace 27 años brinda tratamiento sin costo a niños diagnosticados con cáncer.
"La fundación los hace sentir importantes, un niño con cáncer que se siente importante sobrevive. Nunca imaginé que años atrás cuando compraba un boleto en el Pollo Campero para apoyar a la Fundación yo enfrentaría esta dura experiencia con mi hijo", reflexiona Rebeca.
Actualmente Rodri recibe quimioterapias, le restan ocho meses del tratamiento, después de eso ingresará en la etapa de vigilancia, esperando con toda la fe puesta que el cáncer saldrá definitivamente de su vida.
"Pareciera broma que vamos a cumplir un año de esto, yo sentí que el tiempo iba a ser largo, porque son dos años. La verdad es que uno aprende a valorar la vida, a darle gracias a Dios. Lamentablemente he visto morir niños, amigas que uno hace en esta lucha y ahora sus hijos ya no están, yo tengo el privilegio de despertar con él, de jugar, y verlo", finaliza la madre de Rodri.
“Siempre creí que el cáncer era hereditario, pero fuimos sorteados”