En las últimas décadas, los dolores crónicos y las enfermedades crónicas han experimentado un notable aumento, afectando actualmente a más del 35% de los adultos, según estudios de la Universidad de Columbia. Este incremento no solo se traduce en molestias físicas persistentes, sino que también tiene un fuerte impacto en la salud mental, desencadenando o agravando trastornos como la depresión, la ansiedad, el insomnio y el trastorno bipolar.
La relación entre enfermedades crónicas y trastornos psiquiátricos es cada vez más evidente: investigaciones recientes en Arabia Saudita revelan que más del 80% de los pacientes con algún diagnóstico psiquiátrico también presentan al menos una enfermedad crónica, siendo la depresión y la ansiedad los trastornos más frecuentes.
Factores de riesgo como las enfermedades cardíacas, respiratorias, el cáncer y la diabetes no solo son responsables del 63% de las muertes, sino que también contribuyen significativamente a la carga de morbilidad psiquiátrica. El aumento global de estos casos, especialmente entre adultos sometidos a altos niveles de estrés, subraya la necesidad de un enfoque integral en la atención médica, que incluya tanto la prevención como el tratamiento conjunto de las enfermedades físicas y mentales.
En el presente año, los casos atendidos a nivel mundial, por estos tipos de enfermedades han aumentado de manera desmedida, siendo la mayoría adultos con un alto nivel de estrés y preocupación.
Por ello, los expertos recomiendan los siguientes consejos:
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Mantente alejado del tabaco (No fumar ni permitir que fumen cerca de ti)
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Practica 30 minutos de actividad física diaria
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Aprende a manejar los problemas que se presentan
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Duerme lo suficiente
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Disfruta de los pequeños detalles de la vida
Cómo impactan los dolores crónicos en la salud mental y el bienestar emocional de los adultos
El dolor crónico impacta profundamente la salud mental y el bienestar emocional de los adultos, generando una compleja interacción entre el malestar físico y el sufrimiento psicológico. Vivir con dolor persistente —aquel que dura más de tres meses— no solo limita la capacidad para realizar actividades cotidianas, sino que también incrementa significativamente el riesgo de desarrollar trastornos como depresión, ansiedad, insomnio y aislamiento social. Estudios recientes muestran que alrededor del 40% de los adultos con dolor crónico experimentan síntomas clínicos de depresión y ansiedad, siendo especialmente vulnerables las mujeres y los más jóvenes.
El dolor constante altera los ciclos de sueño, disminuye la motivación y puede afectar la concentración y la memoria, lo que contribuye a la aparición de lo que se conoce como “niebla mental”. Además, la frustración y el estrés asociados al dolor tienden a retroalimentar el malestar emocional, creando un círculo vicioso difícil de romper. Por todo ello, el dolor crónico no solo constituye una enfermedad física, sino también un desafío emocional y social que requiere un abordaje integral para preservar la calidad de vida de quienes lo padecen