La mayoría de los padres insisten a sus hijos en que es necesario que estudien y sean aplicados en el colegio para sacar buenas notas y, en un futuro, poder elegir lo que quieran ser. Es un razonamiento impecable que suele venir de la mano de la separación entre tiempo de juego y tiempo de estudio. Y, como siempre falta tiempo, se da la tensión entre unos niños que quieren jugar más y unos padres que quieren que sus hijos estudien más.

Pero al día de hoy algunas corrientes educativas apuestan por difuminar el límite entre tiempo de juego y tiempo de estudio, utilizando herramientas propias de los juegos como instrumentos para mejorar el rendimiento escolar del niño.

¿Estudiar jugando o jugar estudiando?

Siempre han existido juegos educativos, pero su empleo estaba restringido a las horas fuera de la escuela o a los periodos vacacionales para que el niño no olvidara lo aprendido. Sin embargo, la gamificación apuesta por la introducción de elementos lúdicos en el tiempo de estudio e incluso en la propia escuela.

Esto, de inicio, puede generar dudas, puesto que mucha gente considera que hay riesgo de que los alumnos vean el estudio como algo menos serio, o, como se diría con connotación crítica “como un juego”. Pero no se trata de sustituir el estudio por juegos, sino de introducir en el estudio aquellos procedimientos típicos de los juegos que nos interesan para encauzar las ganas de jugar del niño hacia el resultado que nos interesa: que se centre en el aprendizaje.

Elementos lúdicos para estudiar mejor

Y ¿cómo logramos esto?

Se trata de que nuestros niños no identifiquen el hecho de aprender con aburrirse. Para ello, es necesario evitar las rutinas, variar los métodos de aprendizaje, introducir recompensas y cambios de nivel, que fomenten su interés por avanzar y su curiosidad por saber qué hay más allá cuando ya hayan logrado algo.

Este esquema de incentivos es típico de los juegos. En la educación tradicional se premia al alumno con buenas notas y reconocimiento verbal, pero en ocasiones puede ser adecuado introducir incentivos graduales o trofeos simbólicos que ayuden a mantener la motivación constante y evitar que los niños se esfuercen solo de cara a los exámenes.

Por esto mismo, la gamificación facilita, además, una aplicación más entretenida de la evaluación continua.

El videojuego tiene mucho que aportar en la gamificación.

Hoy por hoy nadie duda de las ventajas de las nuevas tecnologías y de lo necesario que es que los niños sepan manejarlas. Precisamente por ello, los videojuegos adaptados a las necesidades educativas de alumnos y profesores están ganando terreno en el uso de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) en las escuelas.

Nuestros hijos han nacido en un entorno tecnológico que les facilita el uso de estas tecnologías. Para fomentar su uso responsable, los videojuegos diseñados específicamente con fines educativos son de suma utilidad.

Además, permiten labores de autocorrección de los alumnos, liberando así a los profesores de tareas y permitiendo que atiendan a los alumnos más rezagados o que necesitan un apoyo específico para trabajar alguna dificultad en el aprendizaje, como la dislexia o la discalculia.

Los videojuegos pueden adaptarse a diversas asignaturas y al ritmo de aprendizaje de cada alumno e, incluso, a sus necesidades específicas, lo que supone una gran ventaja, especialmente para aquellos que avanzan a ritmos distintos a los de la mayoría de la clase.

Una vez implantada esta tecnología en las aulas, su mantenimiento es económico, lo que permite la liberación de recursos para otras inversiones. La interconexión de la comunidad educativa también permite mayor comunicación entre profesores, alumnos y padres, favoreciendo una mayor implicación de todos en la mejora de la calidad de la educación y el rendimiento académico de los estudiantes.

Una colaboración para VidaSana de: María José Madarnás de Maternidad Fácil.